Debo empezar confesando que nunca sentí el instinto maternal y hasta me sentía incómoda con niños o bebés cerca, pero de un momento a otro, algo cambió.
Empezando a sentir el deseo de tener un bebé, recordé que había pasado muchos años cuidándome con píldoras anticonceptivas, sin pausas, lo cual no es recomendable, entonces sí me preocupé. De todas maneras, decidimos mi esposo y yo mantener la calma y esperar a que la naturaleza y nuestro amor hagan lo suyo, dándonos un plazo de un año, luego de lo cual si no había bebé, seguiríamos un tratamiento o veríamos qué hacer. Así que, tratado el tema y previendo posibilidades, me casé y en la noche de bodas boté las píldoras que me quedaban y me entregué ♥... al deseo de tener un hijo.
Pasaron varias semanas y "la regla" no llegaba; pero como había leído que mi cuerpo necesitaría un período de adaptación para nuevamente poder ovular, entonces me decía a mí misma "aún es pronto, hay que esperar".
Una mañana más o menos a los dos meses de casarme, desperté con una gran curiosidad por saber por qué no menstruaba y prácticamente obligué a mi esposo a comprarme una prueba de embarazo (y trajo tres de diferentes marcas, creo que para que ya no lo fastidie) y todas las pruebas salieron positivas. No lo podía creer ... pero me obligué a no emocionarme hasta consultar a un médico, quien sólo lo confirmó: ¡Estaba embarazada! y tenía 7 semanas. Calendario en mano sacamos la cuenta y sí, el milagro se dio en la noche de bodas.
Fue un embarazo hasta donde se puede decir "tranquilo", que aproveché al máximo: trabajé, seguí un diplomado, asistí a un curso para embarazadas, continué con mis clases de danza árabe, hice ejercicios en mi elíptica, cuidé mi alimentación, me engreí ... y cuando estaba cerca a cumplir los siete meses, empece a preparar el "nidito", compré todo lo que necesitaba, alisté mi maleta para la clínica, tenía mi plan de emergencia por si me sorprendían los dolores ya sea en la casa o el trabajo, todo estaba preparado o al menos eso creía yo. No me preparé para que un domingo antes de salir a pasear, al comentarle a mi esposo que hacía un rato que no sentía las pataditas de mi bebito, él me dijera "por si acaso vamos a la clínica". Fuimos y ahí nos quedamos.
Mi pequeño Rodrigo nació al día siguiente, a través de una cesárea no programada, todo ocurrió tan rápido que cuando amanecí en la habitación y me trajeron a mi nenito, aún no podía creer tan sólo el hecho de estar ahí, fue el dolor de la operación el que se encargó de darme cuenta de lo que estaba pasando: mi nené ya no estaba en la pancita, estaba en mis brazos, y bastó sólo verlo para que mi pecho, mis ojos, mis brazos... desborden amor por él. Me había convertido en mamá.
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