¿Qué tan importantes son las figuras de apego y la adecuada guía de los padres durante la infancia de sus hijos en la prevención de problemas de drogadicción durante la adolescencia? ¿Qué factores del entorno familiar más cercano de un niño o adolescente pueden hacerlo más vulnerable a caer en problemas de drogadicción?
Nuestra presencia activa, constante y positiva en las diferentes etapas de la vida de nuestros hijos es fundamental para su desarrollo; pero ¿sobre qué aspectos de su formación debemos precisar mayor atención para reducir las posibilidades de problemas de drogadicción en el futuro?
Para brindarnos mayores luces sobre este tema, nos acompaña hoy en el blog, Celia Carreño Gutiérrez, Trabajadora Social al frente de Drogodependencias.info, portal de apoyo online gratuito en el cual brinda información sobre el consumo de drogas, atención a personas con adicción y asesoramiento a familias en situación de riesgo; a quien agradezco muchísimo su valioso aporte a través de este interesante artículo. Los dejo con ella.
La crianza es en sí misma complicada, sobre todo en los primeros años del menor y en su etapa adolescente. No todo es un camino de rosas y por situaciones de la vida podemos encontrarnos con diferentes situaciones familiares que generen aún más dificultades y confusión como por ejemplo formar una familia monoparental, necesitar mucha ayuda por parte de los abuelos y que sus valores y métodos sean muy diferentes a los de los padres, discrepar con la pareja a la hora de regañar, dejar al menor muchas horas solo por motivos de trabajo… En fin, una gran lista de situaciones y características familiares que hay en muchos hogares – en la mayoría me atrevo a decir -, y que en principio no tienen por qué ser arriesgadas para la futura salud psicosocial del menor, pero sí que requieren de especial atención con el fin de prevenir situaciones de riesgo en lo referente a las drogas sin necesidad tampoco de ser alarmistas. Poner atención en la comunicación, el afecto, las discusiones familiares, la autoestima, la seguridad, el bienestar, el respeto, el control y la disciplina, la vida escolar, pueden marcar la diferencia entre ejercer protección ante el riesgo a consumir, o potenciar el riesgo que existe en esta sociedad en sí misma.
1. Las figuras de apego:
Las figuras de apego deben mantenerse sólidas y firmes. El menor desarrolla desde que nace vínculos sólidos con personas concretas sobre los que construye su noción del amor, su seguridad en sí mismo, su capacidad para desenvolverse en cuestiones tan sencillas como, por ejemplo, en atreverse a ir a comprar el pan él solo: da por hecho que al volver a casa nadie le habrá abandonado. Eso tan sencillo se basa en un vínculo de apego. Un menor con relaciones saludables en su familia, contra todo pronóstico, se puede permitir el lujo de enfadarse, de patalear, o incluso si es adolescente de provocar o participar en discusiones acaloradas o incluso mostrar cierto nivel de agresividad verbal: “¡sois los peores padres!” “¡No lo hago lo que me mandas porque no quiero!” “¡Me tenéis harto/a!, ¿Por qué no puedo volver a casa a las tres de la madrugada?” … Sabe que puede permitirse esos atrevimientos típicos de la adolescencia –dentro de unos límites evidentes - porque sus padres van a seguir ahí y le van a seguir queriendo. Cuando el niño o el adolescente tiene miedo o no tiene vínculos estables de apego o el estilo educativo es autoritario, el comportamiento del joven es bastante diferente y cohibido, el empoderamiento es escaso y el apego se basa en el miedo y no en el amor. Es bastante menos escandaloso e incluso molesto a veces, porque el silencio y el autocontrol domina muchas veces, pero no necesariamente significa que sea un chico “muy bien educado”. Las rabietas típicas de la edad pueden ser muy buena señal.
Cuando los vínculos son inestables, la búsqueda desesperada de vínculos estables y la desconfianza hacia el mundo, genera sufrimiento que puede ser fácilmente curado: encontrar grandes amigos que darán todo por él, siempre y cuando haga lo que ellos hacen y lo dé todo por pertenecer al grupo y sentirse importante. Y comenzamos fácilmente con las drogas. Para el adolescente, el grupo, suele ser lo más importante.
Por lo tanto, es fundamental desarrollar vínculos estables de apego y mostrar confianza, amor, pero siempre desde la disciplina y el control ya que el niño y el adolescente no busca que sus padres sean sus amigos. La amistad entre padres e hijos es algo envidiado socialmente, pero no necesariamente positivo. La crianza requiere también disciplina, y los amigos no la otorgan. El hijo sabe diferenciar entre amigos y padres, y por lo tanto lo que busca en sus padres no es lo mismo que lo que busca en sus amigos. Y es que no solo los padres esperan cosas de sus hijos, también los hijos, tengan dos años o veinte, esperan cosas de los padres: amor, permanencia, y que alumbren su camino. Misteriosamente los hijos cuando piden volver a las tres de la mañana, esperan que sus padres les digan que mejor a las dos, aunque se vayan enfadados. Si los hijos perciben que a los padres les da igual la hora a la que vuelvan por la noche, poco punto pondrán ellos por su parte para cuidarse de lo que hacer mientras están fuera. Es solo un ejemplo.
Lo que es cierto, es que los padres por lo tanto deben ser autoritativos, pero no autoritarios. Deben tener autoridad y ejercer control sobre sus hijos, pero respetando, escuchando, valorándoles y confiando en ellos. Si el menor quiere a su familia y se siente querido, reconocido y respetado, es más fácil que construya una base sólida sobre la que formar su personalidad y tenga más motivos para decir NO a las drogas. Y es que normalmente, sea como sea, el menor quiere a su familia, o al menos quiere quererla.
2. Cohesión familiar:
No es raro encontrar jóvenes consumidores que al indagar en su historia te cuentan que su padre nunca estuvo, que su madre estuvo muy presente, que su padre era muy estricto y su madre muy permisiva… es decir, no hay patrones familiares claros. Eso genera inseguridad en el niño a lo largo de la crianza y puede desembocar en rebeldía: “¿Por qué voy a obedecerte ahora cuando me dices que no beba si nunca me has puesto límites? “Mamá, siempre has estado pegada a mí y ya tengo quince años, ¡déjame ser libre!”, “¿Por qué me dices ahora que no me drogue si nunca has estado conmigo?” Estos comentarios son de lo más frecuente y a veces de lo más injusto, porque muchos padres quisieran pero no pueden estar, por ello conviene también disfrutar del ocio familiar y procurar que el tiempo juntos sea de calidad.
Por lo tanto, la cohesión y el buen ambiente en el grupo familiar es también fundamental, y ¡cuidado! No prejuzguemos: hay padres divorciados que mediante el respeto a sus hijos muestran más cohesión en cuanto a la crianza y son figuras más sólidas de referencia y apego que muchos padres que viven juntos pero no se ponen de acuerdo, generan muy mal ambiente o no respetan ni escuchan a sus hijos.
La ausencia de límites y normas claras, demasiada exigencia en algunos aspectos y demasiada tolerancia en otros o castigos excesivos en la infancia ante fallos leves y otros graves quedan impunes, al igual que el exceso de protección, falta de reconocimiento y escasa aceptación del hijo, hacen tambalear los cimientos sobre los que el menor se apoya para rechazar las prácticas de riesgo como el consumo de drogas.
3. Tolerancia a la frustración y la vida escolar:
Un común denominador en muchos casos de consumo de drogas es la falta de tolerancia al estrés y a la frustración: si al niño se le da todo lo que pide no aprenderá a gestionar la rabia y el sufrimiento que puede producir la no obtención de lo deseado. Esa frustración que no ha aprendido a gestionarse, cuando la vida se complica, puede ser motivo para que un joven se acerque a las drogas.
En cuanto a la participación de los padres en la vida escolar, ésta es igualmente importante: asistencia a las reuniones, estar pendientes de lo que ocurre con sus hijos en el colegio, supervisión de sus tareas, desarrollo del sentido de responsabilidad, felicitaciones cuando las llevan a cabo y no centrarse solo en lo que se hace mal, reducir las recompensas materiales y sustituirlas por recompensas personales pueden ser pautas sencillas para el día a día que aumentan la autoestima del niño.
4. Responsabilizar:
Por último y no menos importante, siempre podemos responsabilizar en vez de culpabilizar. Cambiar el “Qué ganas de que empiece el colegio para que me dejes tranquila”, “La culpa de lo que te pasa la tienes tú”, “Como vuelvas a hacer eso te vas a enterar”, por “ Confiamos en ti” “Procura no cometer el mismo error” “Hay cosas que se te dan bien” “No te voy a permitir esto”, “No correré más con esos gastos tuyos” mantiene la disciplina, el amor, la autoridad y el respeto hacia el niño y el adolescente.
Para concluir, es necesario indicar que en materia de prevención no hay métodos infalibles, pues ante el consumo y abuso de drogas influyen también aspectos personales y la manera en la que el individuo procesa los acontecimientos que vive, además de existir componentes genéticos que hacen a una persona más vulnerable que otra a la hora de padecer una adicción frente a la misma cantidad y frecuencia de consumo. Aún así, aplicar una serie de principios básicos de prevención en las familias hacia los menores como es una comunicación adecuada, un estilo educativo basado en la confianza y en la escucha, un control adecuado de la vida del menor, unas relaciones familiares saludables, sí que puede allanar el camino y forjar una base sobre la que el menor encuentre argumentos de sobra para rechazar el acercamiento a las drogas. Decir NO a un primer consumo, es más fácil partiendo de relaciones familiares sanas que generen adolescentes más seguros de sí mismos.
Si deseas conocer más sobre nuestra autora invitada Celia Carreño Gutiérrez, o ponerte en contacto con ella, puedes visitar su web DROGODEPENDENCIAS.
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