Al llegar a los dos años de edad, los niños inician una nueva etapa en su vida caracterizada por un comportamiento desafiante, una pugna constante entre la búsqueda de su independencia y autoafirmación y sus aún no muy desarrolladas habilidades motoras y capacidad de expresarse verbalmente. Es una etapa de transición de bebé a niño, llena de frustración, rabietas y constantes "no" sobre la que han escrito muchos profesionales denominándola como "los terribles dos".
El día de ayer mi hijo cumplió dos años... y la pasó excelente. Le organicé una pequeña fiesta en su centro de estimulación temprana. Lo vi tan dulce, alegre y bailarín con sus amiguitos que por un momento, en medio del feliz alboroto de la fiestita, sentí nostalgia por lo grande que está, por todo lo que hemos vivido y aprendido juntos y porque poco a poco deja de ser mi bebé para convertirse en un niño.
Se vienen nuevos retos y experiencias para ambos, y si por varias semanas sentí algo de temor por quizás no contar con la capacidad suficiente para guiar a mi hijo sin perder la calma en estos "terribles dos", ayer, él me mostró que inicia esta nueva etapa con alegría, con deseos de aprender, de compartir y cada vez que me abrazaba o me buscaba para sacarme a bailar o jugar, me demostraba que me necesitaba, que quiere descubrir el mundo conmigo. Todo eso, hace que deje de lado mis temores y me da más confianza.
Entonces, empiezo mis "terribles dos", haciendo un listado de lo que debo tener en cuenta para lograr ser la madre que mi hijo necesita en esta nueva etapa:
- Dejar de llamarle "terribles dos", ya que dependerá mucho, sino completamente de mí, que se conviertan en "maravillosos dos". Además de acompañar a mi hijo en ésta etapa de descubrimiento del mundo que lo rodea y de sí mismo, es una gran oportunidad para guiarlo en la formación de su personalidad, en aspectos tan importantes como saber cómo responder ante la frustración y decepción.
- Ser consistente, no debo ceder a sus berrinches, deben mantenerse las normas y hábitos que hasta ahora tenemos impuestos.
- Yo soy el adulto, y no debo perder la calma ante las rabietas. Debo controlar mis emociones y ser madura, no vaya a ser que yo salga con mi propia rabieta.
- Yo soy el modelo para mi hijo, y así como imita gestos y acciones, también imitará reacciones y formas de expresarse. Si yo estallo cuando algo me sale mal, es lógico que él reaccione de la misma forma.
- No debo sufrir por las rabietas, debo recordar que en una rabieta quien está sufriendo más es mi hijo, por lo que frente a una rabieta y en todo momento mi hijo debe sentirse amado.
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