La maternidad de María

MATERNIDAD MARIA FE MADRE CATOLICA

A lo largo de nuestra vida, la presencia de nuestra madre, sus palabras, cuidados, amor y comprensión, constituyen nuestra fortaleza. Especialmente cuando somos niños, nuestra madre es nuestro todo. Pero crecemos, nos convertimos en adultos autosuficientes, y nos alejamos. 

El amor de nuestra madre está ahí, pero es muchas veces desvalorado. Hasta que llega el momento en que nos convertimos en padres y comprendemos la magnitud de ese amor, al sentirlo por nuestros propios hijos.

Algo similar pasa con nuestra Madre celestial. Recurrimos a ella más cuando somos niños, o de adultos, cuando llegan momentos muy duros. Es nuestra protectora y auxilio, sin embargo, no la tenemos presente en nuestra vida diaria. 

¿Y a qué se debe eso? Pues, entre los motivos más importantes está la forma en cómo hemos aprendido acerca de ella, cómo la conocimos. Ella, María, la Madre de Dios, llena de gracia, la elegida… perspectiva que reconoce su grandeza, pero que a la vez, es incompleta, pues su perfección radica en su historia, sus vicisitudes... su humanidad.  

Conociéndola como ser humano, con problemas, temores y desafíos, podremos acercarnos más a ella, no solo como nuestra protectora sino como nuestro ejemplo.

En este post, la conoceremos un poco más, como mujer y madre.


María, una mujer como todas y como ninguna

María, tendría unos 13 años, cuando se dio el inicio de su travesía con la Anunciación del Ángel Gabriel. En ese tiempo, a partir de los doce años, las adolescentes ya estaban aptas para contraer matrimonio, pese a que en muchos casos no tenían la madurez psicológica y emocional para asumir tal compromiso. Pero ese no era el caso de María, quien, para su corta edad, poseía una plenitud interior y estabilidad emocional muy superiores.

La vida de María no fue fácil. La grandeza de María no está en imaginarse que ella nunca fue asaltada por la confusión, sino que cuando no comprende algo, ella no reacciona angustiada, impaciente, irritada o asustada. En lugar de eso, ella toma una actitud llena de paz, paciencia y dulzura, se encierra en sí misma, piensa y confía en la voluntad de Dios.

Las preocupaciones, situaciones dolorosas, desgracias, son parte de la vida, y nos golpean más duro cuando somos padres y tenemos pequeñas vidas a nuestro cuidado. En esos momentos difíciles, actuemos como María y confiemos en Dios. Pero recordemos que, confiar en Dios no significa cruzarse de brazos y esperar, sino hacer de nuestra parte todo lo que sea posible para afrontar las dificultades. Y a la hora de los resultados, cualesquiera que sean, aceptar su voluntad.

María, maternidad virtuosa

Cuando nos convertimos en padres, dejamos de ser nosotros y pasamos a ser “La mamá de…” o “El papá de…” Es un título que llevamos con orgullo, que nos recuerda el camino recorrido, la conexión única con nuestros hijos y la entrega. Porque el ser padres es esencialmente eso, ENTREGA. Nos entregamos a nuestros hijos, les pertenecemos.

De este modo, María aceptó desde el inicio la misión de su Hijo. Desde la Anunciación hasta el Calvario. No se aferró al Hijo, ni trató de impedir su muerte, la sufrió con un dolor desgarrador, pero a la vez con profunda fe y fortaleza, aceptando los designios de Dios.

Con el ejemplo de María, comprendamos que nuestros hijos son un encargo maravilloso de Dios. Formémoslos en fe y valores, y guiémoslos, con amor y libertad.



Este post, está basado en el libro “El Silencio de María” de Ignacio Larrañaga, quien de manera clara y objetiva analiza la vida de nuestra madre, permitiéndonos conocerla de un modo más real y tomar su ejemplo para nuestra vida.

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